Arriba ese ánimo, José de San Martín: respire 15
veces de manera profunda, viva el presente (el presente de los siglos XVIII y
XIX, se entiende), cultívese en el autoconocimiento. Y usted, Napoleón, baje un
par de cambios, desarme sus pensamientos negativos, combata contra los ingleses
con conciencia plena, disfrutando de cada instante. No deje que el ruido de los
cañones lo estrese, duerma siete horas como mínimo, coma sano y abrace sus
contradicciones.
Si la literatura de felicidad y psicología positiva
hubiera estado vigente en los últimos dos siglos, éstos podrían haber sido
algunos consejos para los héroes de antaño. Hubieran faltado, de todas formas,
datos estadísticos: las series de medición de bienestar emocional tienen apenas
cuarenta años, y es difícil saber el humor social para épocas anteriores con
alguna variable sistemática.
Los académicos Thomas Hills, Eugenio Proto y Daniel
Sgroi (todos profesores de psicología y de economía en la Universidad de
Warwick, Inglaterra) encontraron una forma original de aproximarlo:
aprovecharon los millones de libros indexados y digitalizados por el buscador
Google Books para extraer a partir de ellos un análisis cuantitativo de
palabras o expresiones que denoten determinados sentimientos. "El lenguaje
está asociado a tipos específicos de sentimientos, y en grandes números pueden
construirse índices que aproximan el bienestar emocional de una sociedad en un
determinado momento", explican los autores.
Mientras que las mediciones de PBI datan de la
década del 30 en los Estados Unidos, el índice de felicidad basado en libros
listados por Google se remonta a 1776, con la declaración de la independencia,
y se construyó para obras en inglés, francés, español, alemán e italiano. El
índice que intenta, según los profesores de Warwick, describir una
"contabilidad emocional de largo plazo", tiene picos y bajos con la
euforia de los años 20, y con guerras y depresiones económicas.
No es la primera vez que se usa análisis de
términos de Google para aproximar felicidad agregada. Según datos del
"Google Misery Index" estableció que, para los Estados Unidos,
Navidad y la víspera de Año Nuevo son los días más felices del año, en tanto que
un miércoles de mediados de abril es el día más depresivo. Sentimientos de
dolor y ansiedad tienen picos los lunes, de estrés y de depresión los martes, y
de cansancio los miércoles.
A pesar de que las cuentas nacionales en un sentido
moderno aún no cumplieron un siglo de vida, en los últimos años los economistas
se las arreglaron para construir indicadores que se remontan a mucho antes,
gracias a una mezcla de ingenio, nuevas herramientas econométricas, mayor
capacidad computacional y otros avances tecnológicos. Hay ejemplos muy
interesantes, locales y del exterior, de las andanzas de los economistas en la
máquina del tiempo:
El Indec del Homo Sapiens:
en el sitio ourworldindata.org se ven
intentos por construir series de ingreso per cápita muy aproximadas que se
remontan a alrededor de un millón de años atrás (sí: un millón de años, y el
economista detrás de esta iniciativa es un profesional muy conocido: Bradford
De Long). Hay literatura de productividad detrás de los supuestos utilizados, y
la conclusión es que el 99% de la riqueza acumulada se construye en los últimos
200 años.
Consecuencias de largo plazo: en la revista especializada Econometrica,
Melisa Dell, de Harvard, publicó un paper donde demuestra que
la organización laboral que se conoce como "mita" en Perú y Bolivia
tiene consecuencias que llegan a hoy en materia económica. La mita comenzó en
1500 y fue abolida en 1813.
El experimento natural de Juan de Garay: el profesor de la Universidad de San
Andrés Martín Rossi estudió en detalle los registros de propiedad de la Buenos
Aires colonial para analizar un "experimento natural": luego de la
fundación de la ciudad se asignaron en forma aleatoria terrenos para las
familias. Aquellos que tuvieron la suerte de ganarse terrenos más cercanos al
centro porteño tuvieron luego más chances de avanzar con éxito en la política
local en los años siguientes.
Economistas y brujería: ya recibida de economista en Harvard, la joven
Emily Oster se propuso investigar por qué se intensificó la quema en la hoguera
de mujeres acusadas de brujería en Europa y América entre los siglos XIII y
XIX. "Desde la historia se habían ofrecido varias hipótesis, como la
búsqueda de fronteras morales más estrictas por parte de la Iglesia Católica, o
epidemias de sífilis que provocaban enfermedades mentales en personas que por
esto eran acusadas de brujería -cuenta la economista-, pero ninguna de ellas
alcanzaba a explicar el fenómeno en toda su magnitud." Oster recurrió a datos
de una disciplina reciente, que revoluciona el trabajo de los historiadores
económicos: los estudios "paleoclimáticos", que con técnicas de
análisis de barras de hielo y otras pistas son capaces de determinar la
temperatura en siglos pasados con un altísimo grado de precisión. Se centró en
un período que los paleoclimatólogos bautizaron como la Pequeña Era de Hielo,
que se solapa a la perfección con el de la aceleración de la matanza de
supuestas brujas. La menor temperatura hizo que se perdieran cosechas. Y los
mares más fríos disuadieron a los bacalaos y otros peces de migrar hacia las
aguas del Norte, con lo cual las poblaciones de esa zona de Europa perdieron su
principal fuente de alimentación. Las hambrunas resultantes llevaron a buscar
un chivo expiatorio: las brujas, a quienes se les adjudicaba, entre otros
poderes, la capacidad de causar tempestades climáticas.
Todos a los botes... (del Titanic): en los últimos meses de 2009, el economista
suizo Bruno Frey junto a Benno Torgler (profesor de la Universidad Tecnológica
de Queensland, Australia) y un alumno de doctorado de Torgler, David Savage,
publicaron varias prestigiosas investigaciones sobre el hundimiento del
transatrántico Titanic y la influencia de variables como la edad, el género y
la clase social sobre las chances de supervivencia de las 2207 personas que se
salvaron. Los resultados detectaron que hubo poca caballerosidad al momento de
tomar una decisión de vida o muerte y que se salvaron más hombres. La clase
social explicó en buena medida las posibilidades de supervivencia de cada uno
de los ocupantes del célebre barco.
La economía de Felipe II: el economista argentino Mauricio Drelichman
estudió en la Universidad de San Andrés y en la actualidad da clases en British
Columbia (Canadá) y en Pompeu Fabra (Barcelona). Su investigación de la
economía de hace más de cinco siglos en España constituye la reconstrucción de
las cuentas nacionales de un estado soberano para el lapso histórico más
antiguo que existe actualmente: la de Castilla entre 1566 y 1596. Su
investigación lo llevó a recorrer archivos oscuros y olvidados de España. Por
ejemplo, para reconstruir una serie de precios para ricos de esa época encontró
un inventario del valor de los alimentos que le daban a Juana de Castilla ("La
Loca"), abuela de Felipe II, durante su cautiverio de más de 45 años en la
casona-palacio-cárcel de Tordesillas. A la canasta de los pobres la pudo armar
sobre la base de los registros de los "algunos hospitales", que
dependían de la iglesia y donde daban abrigo y alimentos a los desamparados.
Tú también..., economista mío: Peter Temin, profesor del Instituto
Tecnológico de Massachusetts (MIT, según las siglas en inglés), escribió sobre
la economía del imperio romano. Utilizó datos sobre el contenido de ánforas
descubiertas en naufragios de la época. Recurrió a la química molecular y pudo
determinar cuál era el contenido de esas ánforas -vino, aceite, cereales-,
mientras que la ubicación del naufragio suele sugerir qué ruta recorrían los
barcos. Así reconstruyó las rutas comerciales y estimó tanto los bienes
importados o exportados como su volumen.
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