LAS MUJERES Y EL TRABAJO
La historia de las mujeres en el mundo del trabajo abarca la mitad del primer piso de la Casa Nacional del Bicentenario.
En este sector se presenta un documental de carácter general, que recorre los 200 años y, paralelamente, se desarrollan tres temas especiales: el trabajo textil, el trabajo docente y el trabajo doméstico.
Las mujeres y el trabajo 1810-2010
Esta pieza comienza con la situación actual de las mujeres en el campo laboral, donde parecen haberse superado muchas de las discriminaciones de género. No obstante, estas transformaciones no sólo se han debido a los cambios sociales y económicos generales, sino también a la larga lucha que las mujeres entablaron, desde el siglo XIX, por ser aceptadas y reconocidas como trabajadoras. Asimismo, el documental da cuenta de la persistencia de diferencias de cualificación entre el trabajo masculino y femenino, que se observa en la secular disparidad en los salarios, pero que incide también en la valoración simbólica del mismo.
Igual remuneración por trabajo de igual valor. Esta consigna histórica es uno de los ejes del relato, que articula la vinculación entre pasado y presente. La construcción social de la mujer como madre y ama de casa afectó de modo directo el campo laboral, en el cual las tareas manuales o asistenciales, entendidas como específicamente femeninas, eran consideradas inferiores. Esto tuvo consecuencias tanto en la producción fabril, como en la docencia o las diversas ramas de los servicios.
La pieza describe el desarrollo de la industria, entre 1900 y 1950, en las regiones de la Pampa, Tucumán, Jujuy y Mendoza y el modo en que las fábricas en expansión incorporaron crecientemente mano de obra femenina. Esta se aglutinó casi de manera excluyente en unos pocos rubros, aquellos que -con la fabricación textil a la cabeza- se asociaron a las capacidades manuales, la delicadeza y la paciencia atribuidas a la labor doméstica. Paralelamente, se hace referencia a la formación de una ideología laboral donde se naturalizó la discriminación de género. No sólo el trabajo femenino era considerado inferior, sino que se trataba de una situación “anómala” que era necesario remediar por el bien de la sociedad y del Estado.
En segundo lugar, se alude a la relación entre el campo del trabajo en general y el ámbito educativo. Juana Manso (1819-1975) afirmaba en su época que las mujeres sólo alcanzarían una verdadera igualdad el día en que tuvieran acceso a una educación sin discriminación. Durante décadas, la formación de las mujeres se redujo a la alfabetización básica y las labores manuales. La autoridad, y la formación de saberes, eran prerrogativas masculinas: la mujer cumplía en el trabajo un rol reproductor. La dificultad de las mujeres para acceder a los puestos de dirección en las instituciones educativas resultaba más flagrante cuanto que, desde los primeros tiempos, más del 70 por ciento de las maestras fueron mujeres.
Recién en los años 60 y 70 las mujeres comenzaron a tener acceso a la formación universitaria, a la producción intelectual y a los puestos de dirigencia. Anteriormente, las figuras que se destacaron en la literatura o en las ciencias, fueron pioneras, en general mujeres de clase media o alta con espíritu libre que se abrieron camino en territorios prohibidos. No obstante, el documental no focaliza en los nombres propios o las biografías individuales, sino en las mujeres como parte de procesos sociales.
También se describe la relación entre las mujeres y el trabajo en el ámbito rural. Se teje allí una historia que va desde las madres que sostuvieron solas sus hogares, en medio de la adversidad y las guerras, durante el siglo XIX, hasta el protagonismo femenino en diversos microemprendimientos emergentes en el contexto de la crisis a fines de los años 90.
El sector de los servicios, donde se incorporaron las mujeres desde principios del siglo XX, como telefonistas, empleadas en el correo o en la administración estatal, es el que más ha crecido y se ha diversificado en la actualidad.
Por último, el relato hace lugar al trabajo doméstico, dado que su invisibilidad social –su inexistencia como trabajo- parece ser la piedra de toque sobre la que se articulan todas las discriminaciones que atraviesa la labor de las mujeres en la historia.
La lucha contra la discriminación que estructuró históricamente los idearios y las acciones del feminismo no termina con la progresiva inclusión social de las mujeres. Estará viva mientras persistan minorías marginadas, de cualquier naturaleza.
La creciente integración de las mujeres en el mundo del trabajo ha sido un aspecto más, quizás el más relevante, de la progresiva emancipación femenina. La perspectiva de género se ha sumado así a la lucha social contra la desocupación, la inequidad de oportunidades y la impunidad del capital, y en defensa del derecho al trabajo y de condiciones dignas para todos los trabajadores.
La creciente integración de las mujeres en el mundo del trabajo ha sido un aspecto más, quizás el más relevante, de la progresiva emancipación femenina. La perspectiva de género se ha sumado así a la lucha social contra la desocupación, la inequidad de oportunidades y la impunidad del capital, y en defensa del derecho al trabajo y de condiciones dignas para todos los trabajadores.
El trabajo libre es la más pura expresión de la esencia humana.
LAS MUJERES Y EL TRABAJO TEXTIL
En una pared, se sintetiza, desde la perspectiva del trabajo femenino, la historia de la producción fabril en la Argentina. Esta, de un modo voluntariamente suscinto, se reduce a tres etapas fundamentales.
En primer lugar, una fotografía de 1936 tomada en la Algodonera Temperley muestra la época de despegue del desarrollo del modelo industrial. Vemos allí también como el sistema de producción serial funcionaba como dispositivo disciplinario. En contraste con esta imagen, un corto realizado por la artista Viviana Berco, alude a la quiebra y desaparición de las fábricas, como consecuencia de los planes económicos, de la dictadura militar primero, y del modelo neoliberal de los 90 después. Mientras una voz en off describe a Textiles Gerli como una central de producción pujante y poderosa, la cámara va recorriendo las superficies destruidas y polvorientas del edificio abandonado. En tercer lugar, una serie de fotografías y un documental acerca de Bruckman representan el proceso de recuperación de fábricas en manos de los trabajadores en el contexto de la crisis de 2001. Allí, se destaca no sólo el protagonismo de las mujeres en estos movimientos sino también la especificidad de su perspectiva en estas luchas.
En diálogo con este muro se presentan dos obras de arte contemporáneo.
En diálogo con este muro se presentan dos obras de arte contemporáneo.
Karina Granieri encontró en el antiguo Correo Central un manual de indumentaria de trabajo. Por un lado reproduce los dibujos de los cuerpos sometidos a extrañas informaciones antropométricas. Por otro lado ella vuelve a confeccionar, manualmente, con dedicación y primor, los viejos uniformes, como un modo de redimir y volver a dar presencia a esos hombres y mujeres que, como tantos otros, han sido expulsados del empleo.
La obra de la artista Silvina D´Alessandro desarrolla una suerte de contracara del diseño. Sus series de prototipos semejan a primera vista la lógica de la eficiencia funcional. Sin embargo, son “inútiles” objetos poéticos. En una mesa vemos, de un lado, el orden de la producción realizada; del otro, los rastros del hacer: herramientas y retazos que evocan el mundo del trabajo vivo.
En diversas regiones del territorio argentino, las mujeres han trabajado, a lo largo de estos 200 años, en emprendimientos y producciones textiles que en general quedaron al margen del sistema fabril, y por lo tanto también fuera de los registros de la historia. Estos trabajos, menores en escala, deben ser destacados por su valor cualitativo, no sólo material sino también simbólico. Conservando tradiciones, prácticas y saberes ancestrales de cada región, estas manufacturas no sólo se destacan en términos de funcionalidad y belleza sino también como reservorios de memoria y de identidades culturales.
En este muro se presenta una selección de piezas realizadas en el marco del programa Identidades Productivas de la Dirección Nacional de Industrias Culturales de la Secretaría de Cultura de la Nación, desarrollado con comunidades originarias de las regiones de Formosa, Jujuy, Santiago del Estero, Corrientes, Chubut y Santa Cruz. La elección –amén de la perspectiva curatorial general, que enfoca los pasados desde el presente- se fundamenta en dos razones específicas. Destacar, por un lado, la necesidad de políticas de Estado para dar apoyo a modos de producción alternativos a la dinámica de los capitales monopólicos y, por otro, la existencia de criterios de valor diferentes a la ideología del progreso moderno.
LAS MUJERES Y EL TRABAJO DOCENTE
La situación diferencial de las mujeres en el ámbito de la educación es tomada desde dos lugares: es tanto una historia de las maestras como de la escolaridad destinada a las niñas.
En los primeros tiempos, no se trataba solamente del acceso restringido de las mujeres a la educación, sino de los contenidos diferenciales que se le asignaban. Su formación se basaba fundamentalmente en las labores domésticas (reglas de comportamiento, coser, bordar, etc.) y apenas en aprender a leer y escribir y algunas operaciones básicas de cálculos. La ignorancia de la mujer era valorada como un factor de preservación de las buenas costumbres. La adquisición de competencias relativas al acceso a la vida pública, política, laboral o académica era prerrogativa masculina. Esta discriminación sexual de roles y valores se prolongó durante todo el siglo XIX, gran parte del siglo XX y persiste aún hoy en ciertos hábitos y mentalidades, a pesar de las grandes transformaciones ocurridas.
También la asociación naturalizada entre la mujer y su función maternal y doméstica incidió en la pobre valoración material y simbólica del trabajo docente. La sabiduría de la buena maestra se localizaba en su capacidad afectiva y moral y no en su intelecto: se trataba más de una “virtud” que de un verdadero trabajo asalariado. Desde la apertura de la primera Escuela Normal en 1870 las mujeres constituyen un 85 % del cuerpo docente, porcentaje que hasta la actualidad no ha cesado de crecer. Sin embargo sólo los varones podían acceder a la formación universitaria y ocupar cargos superiores en la pirámide educativa. Hasta las grandes transformaciones culturales de los años 60, los hombres son los encargados de producir el saber, las maestras de transmitirlo.
En los primeros tiempos, no se trataba solamente del acceso restringido de las mujeres a la educación, sino de los contenidos diferenciales que se le asignaban. Su formación se basaba fundamentalmente en las labores domésticas (reglas de comportamiento, coser, bordar, etc.) y apenas en aprender a leer y escribir y algunas operaciones básicas de cálculos. La ignorancia de la mujer era valorada como un factor de preservación de las buenas costumbres. La adquisición de competencias relativas al acceso a la vida pública, política, laboral o académica era prerrogativa masculina. Esta discriminación sexual de roles y valores se prolongó durante todo el siglo XIX, gran parte del siglo XX y persiste aún hoy en ciertos hábitos y mentalidades, a pesar de las grandes transformaciones ocurridas.
También la asociación naturalizada entre la mujer y su función maternal y doméstica incidió en la pobre valoración material y simbólica del trabajo docente. La sabiduría de la buena maestra se localizaba en su capacidad afectiva y moral y no en su intelecto: se trataba más de una “virtud” que de un verdadero trabajo asalariado. Desde la apertura de la primera Escuela Normal en 1870 las mujeres constituyen un 85 % del cuerpo docente, porcentaje que hasta la actualidad no ha cesado de crecer. Sin embargo sólo los varones podían acceder a la formación universitaria y ocupar cargos superiores en la pirámide educativa. Hasta las grandes transformaciones culturales de los años 60, los hombres son los encargados de producir el saber, las maestras de transmitirlo.
A través de las mujeres, se traza una historia de las transformaciones más importantes acaecidas en la educación a lo largo de la historia. Comienza en los tiempos posteriores a la revolución de 1810, cuando el estado absorbe la función educativa, antes en manos de particulares o de la Iglesia, y adopta para ello el sistema disciplinario importado de Europa. Sigue con el modelo sarmientino, destacando a su figura central, Juana Manso. Continúa con las reformas pedagógicas de las hermanas Olga y Leticia Cossettini, entre los años 30 y los 50. Refiere a la etapa negra de la dictadura, al terror y la censura sembrada en las escuelas bajo la sospecha de amenazas “subversivas”. Retoma la reformulación y apertura de los contenidos de la enseñanza luego de la recuperación democrática. Concluye en la etapa actual de crisis de las instituciones disciplinarias frente a la realidad social, y a la disyuntiva de perpetuar los discursos acerca de la impotencia de la escuela, o de ensayar nuevas experiencias, inspiradas en el examen de lo posible en entornos particulares.
EL TRABAJO DOMÉSTICO ES SOCIALMENTE INVISIBLE
El juego de espejos materializa aquello que está pero que no vemos. El rol del ama de casa atraviesa, en las imágenes seleccionadas, todas las épocas y todas las clases sociales.
Este tema tiene un desarrollo particular porque es la invisibilidad del trabajo doméstico –su inexistencia conceptual como trabajo- el origen de las discriminaciones que las mujeres han sufrido a lo largo de la historia en el campo laboral. En todos los sectores de actividad (industrial, agropecuario, comercio, servicios) se les asignaron los roles que, por estar asociados a las tareas domésticas, se consideraban su habilidad específica y, por lo mismo, eran valorados como inferiores.
Las obras de los artistas Liliana Porter, Gabriel Baggio, Geli González, Magdalena Jitrik, María Eugenia Regueira, Maria Laura Buccianti, Leandro Yadanza, Gabriela Golder, Tomás Espina, Juan Mathé, Silvana Lacarra y Daniel Joglar refieren al mundo del trabajo doméstico desde la metáfora poética o la ironía.
Este tema tiene un desarrollo particular porque es la invisibilidad del trabajo doméstico –su inexistencia conceptual como trabajo- el origen de las discriminaciones que las mujeres han sufrido a lo largo de la historia en el campo laboral. En todos los sectores de actividad (industrial, agropecuario, comercio, servicios) se les asignaron los roles que, por estar asociados a las tareas domésticas, se consideraban su habilidad específica y, por lo mismo, eran valorados como inferiores.
Las obras de los artistas Liliana Porter, Gabriel Baggio, Geli González, Magdalena Jitrik, María Eugenia Regueira, Maria Laura Buccianti, Leandro Yadanza, Gabriela Golder, Tomás Espina, Juan Mathé, Silvana Lacarra y Daniel Joglar refieren al mundo del trabajo doméstico desde la metáfora poética o la ironía.
Fuente: Casa Nacional del Bicentenario - Secretaría de Cultura
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